miércoles, 24 de marzo de 2010

Germany again


De nuevo ha llegado el momento de luchar contra ese monstruo imponente e inquebrantable que el idioma germano.
Uno nunca sabe cómo actuar ante semejante criptograma y me veo, cual arqueólogo, intentando descifrar un sinfín de símbolos que no me llevan a ninguna parte. Bueno sí, a Alemania.
Pero parece ser que algo sí que aprendí el año pasado, a pesar de no entender en absoluto nada de lo que leo, ahora ya soy capaz de encontrar con facilidad todo lo que busco. Una única página se me resistía como si se tratase de un pequeño poblado galo (o germano), pero hoy también ha caído.
Parece que la primera batalla está a punto de desencadenarse a mí favor.
Ahora habrá que ganar la guerra.
Dentro de unos meses veré si he sido capaz de liderar con éxito la conquista de los pueblos bárbaros.
(Aunque esta vez cuento con un as en la manga: un espía infiltrado entre sus batallones).

lunes, 22 de marzo de 2010

Insomnios (sin duermevelas)


El insomnio es un sueño sin sueño donde las ansiedades, proyectos, culpas y un catálogo de deseos se convierten en una incómoda mazmorra
.

De esta forma tan acertada define Mario Benedetti el insomnio en su libro Insomnios y duermevelas, el primer libro de poemas (y de no-poemas) que leí del autor uruguayo y que cayó en mis manos sin querer en una casa rural perdida en lo más profundo de Bizkaia y que más que prestarme, se puede decir que robé a una de las personas que más he querido (lo que no significa que haya dejado de hacerlo).
Ahora mismo no puedo imaginarme una definición mejor.

No poder dormir nos hace ocupar la cabeza con cualquier cosa o idea que ronde cerca de ella y que, queramos o no, acabamos atrapando (siempre que no se trate de un endiablado mosquito al que intentamos ahuyentar en vano, pues su zumbido nos acompañará toda la noche, que no es el caso). Lo cierto es que hoy he conseguido atrapar más cosas de las que soy capaz de sostener.

Después de un día raro (como todo hijo de domingo) en el que nuestra vida alcanza un hastío tal que parece que incluso llega a perder su sentido, sólo podía esperar una noche como la que ha llegado.
A lo largo del la mañana lancé una docena de mensajes a personas que ya no frecuento pero que hace no tanto tiempo eran el pan nuestro de cada día de un joven recién llegado a una ciudad con mar en donde descubrió violoncellos, alergias y personas. Todo por culpa y gracias a la persona que abrió un nuevo camino en mi vida elevando mis objetivos y alejando mis metas y a la que hoy debo tantas cosas (y una carta, quasi de recomendación, quién lo diría!, es cierto que el mundo está loco y que va a peor).
Es por eso que he recordado canciones y risas y crestas y viajes y a los que se fueron y a los que vinieron, quién sabe si de verdad mejores o simplemente distintos. Hoy nos he vuelto a ver juntos en un escenario que no había olvidado y que me gusta saber hay quien todavía recuerda.
Pero además de pasado, en esos mensajes, también estaba escondida la palabra futuro. Escondida es la palabra, porque realmente es un futuro que no me acabo de creer.

Y por la tarde no mejoró la cosa.

Y la verdad es que no busco un sentimiento cercano a la nostalgia, sino más bien al cansancio, a pesar de no poder dormir. Y por eso en el silencio de la noche he rescatado recuerdos y personas; desde aquella muchacha que me robó el tiempo cuando ni siquiera sabía lo que era, hasta aquel teatro que no llegué a descubrir, ni a observar, pero que sentí como pocas veces antes.
Hoy en día con el overbooking de información, archivos y fotografías no es difícil volverse a ver en casi cualquier lugar, común o de paso, y reconocerse aunque no se quiera:

y perderse en no se sabe dónde
y no saber qué buscar
y reencontrar lo que no se quiere
y querer lo que no se puede
y no poder soñar (por no poder dormir)
y sentarse a escribir, sin nada mejor que hacer ni que ocultar.

Al final acaba uno sintiéndose rodeado de gente, a pesar de estar solo, aunque siempre se está tentado a pensar que en realidad siempre se está solo. Y entonces es cuando se empiezan a echar en falta cosas. No sé si por necesidad.

Y la culpa de todo seguramente sea de Benedetti, no se puede estar pensando en relatos y acabar engañado por un embaucador de palabras que nos lleva a su terreno con el más dulce de los acentos y las mejores palabras. De todas formas, es imposible no caer en la trampa. Bendita trampa.
Pero como dice el poeta, menos mal, menos que me conozco, y que mañana será otro día en el que no sólo se abrirán las puertas sino también las ventanas y las vidas.

Quien hubiera dicho que al final estas palabras de otros iban a acabar siendo mías.

Intentaré volver a dormir.
Quedamos de nuevo dentro de unos cuantos minutos.
Buenas noches.